
Quizá lo hayas pensado alguna vez... Tú sientes fascinación por la persona de Jesús te atrae el servicio a los demás y sientes una gran inquietud de servir a los necesitados, de darte, de hacer algo en la vida. sin embargo, a pesar de esa atracción te interrogas:
-Esto lo puedo hacer desde mi casa, desde mi familia. ¿Qué hace una mujer o un hombre consagrado que no lo pueda hacer yo?
-¿Es que una persona consagrada es otra cosa?
Si, efectivamente. La persona consagrada sirve a los demás como tú y como tantos hombres y mujeres que han descubierto un sentido a su vida; pero ser persona consagrada es otra cosa:
La persona consagrada hace una OPCIÓN FUNDAMENTAL, que la compromete toda su vida, y que abarca todas las facetas de su personalidad:
-VIVE ENTREGADA A DIOS POR COMPLETO
-EN UNA COMUNIDAD
-PARA EL SERVICIO DE CRISTO EN LOS MAS NECESITADOS
La vida consagrada tiene que transparentar los valores evangélicos, y para ello tiene que liberarse de ataduras que roban energías para llegar a lograr que un grupo de creyentes formen una comunidad de vida en la fe, en el amor y en el servicio.
Las características de la Vida consagrada es tener su punto de apoyo en la fe, debe ser una comunidad de personas que creen, y que creen de un modo tan existencial, que de hecho juntan sus vidas en una existencia de profesión de esa fe y de servicio a Aquel en quien creen.
Las personas que abrazan la vocación consagrada, como sacerdote o religioso, religiosa, hacen presente en su SER y en su QUEHACER a la Iglesia y encarnan en el mundo los valores evangélicos y el modo de vivir de Jesús. Pues Jesús no vivió para sí, no fue el centro de su vida, sino que vivió para los demás en una única entrega al Padre y los hermanos.
Seguir a ese Jesús es ante todo un don, una gracia. Es responder a la llamada para vivir los consejos evangélicos. tiene que ser en la teoría y en la práctica, un intento serio y comprometido de vivir la existencia de Jesús, es decir, ser y vivir totalmente para el Padre y para los hermanos, y en consecuencia adoptar sus actitudes vitales, que son:
• Acoger la voluntad de Dios como único criterio de vida, manifestada a través de las múltiples relaciones humanas.
• Amar como El amó, con su mismo amor total, inmediato, divino, humano, personal, enteramente gratuito.
• Vivir decididamente para los demás, en disponibilidad total de lo que es y de lo que se tiene.
Todo esto desde una comunidad que se convierte en taller, hogar y familia. Es la fe en Cristo Resucitado quien nos une en comunidad.